Abundan Mozart, Puccini, Pavarotti y Mahler. El playlist de Mauricio Macri tiene 95% música clásica y ópera y apenas un sólo disco de rock nacional: “Me verás volver”, el DVD de Soda Estéreo grabado en vivo de en un recital de la banda que encabezaba GustavoCerati.
Su música habla de él o por lo menos de los discos que eligió para decorar su despacho en la sede del Gobierno porteño, en el sur del Ciudad. Quizá incluso escuche algunos de ellos para relajarse entre reuniones. No le queda otra. Macri todavía no usa ni iPod, se niega a mudarse al iPhone o a otro smartphone y no tiene mp3 en su viejo Blackberry, que no puede abandonar porque le gustan los botoncitos del teclado físico.
El despacho de Macri es grande, tiene un sólo monitor de LED, algunos cuadros y varios sillones. No fue su oficina de siempre y no es la única tampoco –tiene dos “despachos” más– pero es la que guarda los recuerdos más íntimos antes de abandonar la Jefatura de Gobierno dentro de 24 días. El destino de Macri es dual: si gana las elecciones mudará sus discos y fotos personales –tiene una con Ricardo Darín, muchas con su mujer y “trofeos” de su gestión– a Olivos. Pero si pierde se los deberá llevar a la casa, a la de recoleta o a su quinta en Malvinas Argentinas.
Cada rincón de su oficina es un momento de su vida. Su juventud, Boca, el bastón de mando en la Ciudad, su casamiento y hasta el render de uno de los proyectos más ambiciosos de su gestión, que no logró llevar a cabo: una autopista por debajo de Puerto Madero para unir el norte con el sur de la Ciudad. Larreta, por esto días, teje los plazos reales para llevar a cabo una obra similar, pero por encima de las vías del tren en Madero.
Son momentos de transición en la vida de Macri. No sólo porque en seis días puede convertirse en Presidente, sino por lo simbólico de las horas que vive. Es posible incluso –sólo él lo sabe– que viva una de las semanas más inquietantes a nivel emocional de su vida. Desde los 20 años encabeza una batalla interna por no ser la sombra de su padre, Franco Macri, que hasta hace pocos meses incluso despreciaba sus intenciones de ser Presidente (sí, la de su propio hijo).
Algunos de los momentos de esa batalla padre/hijo quedan todavía en su despacho. Un lugar que abandonará indefectiblemente en 24 días. Allí se mudará el Jefe Comunal electo, Horacio Rodríguez Larreta. En el gantt que tiene en la cabeza el larretismo, ya hay planeados cambios “estructurales”: el óleo de Boca será reemplazo por una remera encuadrada de Racing, el club preferido del nuevo Jefe de Gobierno. El mismo de Néstor.
Macri tiene poco tiempo para leer. Los libros que duermen sobre su escritorio también sirven para entenderlo. Muchos son regalados, pero por algo están allí. A simple vista se destaca “El umbral de la eternidad”, una interminable novela del reconocido escritor británico, Ken Follett, que narra las historias de varias familias en la posguerra europea. Allí se ensaya sobre el miedo a perder el poder, el peso de las traiciones en la política. Follet enhebra en su trama las contradicciones y similitudes entre los Estados Unidos y Rusia, entre dos modelos, dos formas de ver al mundo. ¿Imposible evitar las comparaciones locales?
Sin dudas existe un hilo conductor en la historia de su transición entre el mundo empresarial y la política. Existe alguien que, casualmente, conjuga esos dos mundos y que está muy cerca de Macri.“Anita” fue secretaria de Franco Macri y décadas después se convirtió en la secretaria privada de Mauricio. Maneja su agenda, sus secretos, sus gustos y casi todo lo que involucra a su vida laboral y personal.
Ana Moschini es una señora mayor, que se jubiló hace una década. Muy educada, siempre con camisa blanca, pollera de tubo negra y zapatos de esos que estaban de moda hace décadas, lo conoce desde los cincos años y es como “una segunda madre” para él. “Ella conduce el Gobierno”, suele describir, en broma, Macri.
Todos tienen que pasar para llegar a Macri, incluso sus voceros y amigos personales. Anita es la guardiana de la puerta de su despacho y será, si Macri es Presidente, quien gobierne su intimidad.