28 febrero, 2022 14:44



Incendios en Corrientes: los dramáticos testimonios de quienes perdieron todo

Pobladores y brigadistas relatan el horror de ver destruida la flora, la fauna y el trabajo de años.

El último informe del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Corrientes dice que se quemaron cerca de un millón de hectáreas, el 11 por ciento de la provincia. Pero será bastante más: ese relevamiento se hizo el 21 de febrero cuando comenzaron las lluvias –poca para lo que se necesitaba– y el fuego nunca paró del todo. Al menos hasta primavera, el problema continuará, no se sabe a qué nivel. El sábado a la noche el Comando de Operaciones de Emergencias (COE) informó que se logró reducir en un 85 por ciento los incendios y quedan seis activos. El 40 por ciento del Parque Nacional Iberá fue arrasado, un verdadero ecocidio con centenares de miles de animales quemados, en la medida en que las causas de este drama son una combinación de factores entre la sequía y la imprevisión y depredación humana. Un bombero murió en un accidente de auto y muchos otros estuvieron en serio riesgo, al ser encerrados en abanico por las llamaradas. Muchos productores pequeños y medianos lo perdieron todo. Aquí, sus testimonios y los de quienes estuvieron y están en el frente contra las llamas.

El fuego que vuelve

Ricardo Alberto Lemos es subcomandante de Bomberos Voluntarios del pueblo Perugorría y lleva dos meses en duelo personal y grupal contra las llamas: “Vos pensás que apagaste todo pero las raíces y la bosta quedan prendidas y cuando te vas, el fuego rebrota”. Ricardo tiene una agencia de lotería y cuando la emergencia llega –todos los días en los últimos días– cierra y se va a hacer su trabajo no remunerado, su pasión. 

Tuvieron que hacer hasta tres salidas diarias, algunas de doce horas. Con la tranquilidad y seguridad que le otorgan sus 28 años de bombero, relata con tranquilidad: “A veces apagábamos 5 o 10 kilómetros y una hora después volvía como si nada. Nunca habíamos visto algo así. Antes apagabas el fuego y se apagaba. Ahora tenemos incendios simultáneos: hay que mandar dotaciones a distintos lugares a la vez. Hay muchas razones, desde piromaníacos hasta gente que saca miel de las colmenas con humo y prenden los árboles. Este domingo tuvimos un solo incendio. Llovió un poco: 25 milímetros. Eso ayudó a apagar pero ya comenzó otra vez. Fueron dos meses casi sin dormir. A veces me senté a la mesa y salí corriendo sin probar bocado. El fuego va pasando de una estancia a otra y estuvimos a punto de ser encerrados en abanico porque cambia el viento: una línea de fuego se convierte en varias líneas. Veíamos animales encerrados y cortábamos los alambres”.

El pueblo Colonia Pelegrini es el portal principal al Parque Nacional Iberá y vivió momentos de intensidad cuando un rayo incendió el área protegida a 30 kilómetros. Estrella Losada y su familia ofrecen servicios de ecoturismo y su esposo e hijo adolescente salieron a prevenir. “El fuego era imparable porque es todo pastizal seco –cuenta–; venía hacia el pueblo y llegaron 300 bomberos de 17 provincias. Uno de ellos se encontró de frente con un oso hormiguero que se estaba quemando, le dio agua y lo agarró a upa con precaución para llevarlo a una reserva. Al dar unos pasos, el bombero resbaló y cayó encima del oso, que asustado le clavó las garras en la espalda, dejándole una lastimadura con puntos de sutura».

«El miedo era que se quemaran las pasarelas del parque y el monte con monitos –sigue relatando Estrella Losada–. Mi hijo Marko, de 16 años,  trabajó 10 horas en un tractorcito abriendo un cortafuego como último recurso. Por suerte los bomberos pudieron frenarlo un poco antes. A la mañana siguiente, el pastizal ardía otra vez. ¡Nos terminó de salvar la tormenta! El fuego se detuvo a 15 kilómetros de acá”.

Remolino de llamas

Marcos García Ramis tiene una estancia ganadera y arrrocera que se le quemó en un 60 por ciento: “Enfrentábamos llamas de ocho metros de alto que se arremolinaban; y por sobre la cabeza nos pasaban ramas encendidas, que prendían fuego a nuestras espaldas y nos encerraba. Las lagunas chicas se nos secaron y las grandes se achicaron: recién vengo de rescatar a tres yeguas que quedaron con las patas enterradas en el barro y lo mismo con las vacas cuando van a tomar agua. También asistimos a una cierva a la que se le quemaron las patas”. 

Mientras cuenta el horror vivido, Ramis relojea un fuego a 15 kilómetros, en otro campo. Y tiene una propuesta: “Los alambrados quemados hay que cambiarlos y los postes también: no quedó nada de ellos. Con un quebracho colorado o un itín nativos traídos del Chaco se hacen apenas dos postes. Y hoy Corrientes necesita reponer 600.000 postes. Propongo que entre las donaciones se envíen caños de la industria petrolera del sur que los ves abandonados junto a la ruta. Sería reciclaje, evitaríamos mayor deforestación y no se quemarían nunca más”.

«Esto parece un desierto»

Miguel Costaguta es médico y productor ganadero en las afueras de la ciudad de Mercedes. Hace 20 días, un vecino le avisó que llegaba el fuego –los bomberos estaban en otros frentes– y salió con su familia y amigos a enfrentarlo en camionetas con tachos de agua y trozos de cuero de oveja mojados para golpear las llamas. 

Todo comenzó al mediodía –la hora más calurosa, cuando suele comenzar esto– y se dedicaron a abrir picadas cortafuego: “A mi vecino el fuego casi le llegó a la casa y pudo cortar el avance. El viento cambió y se vino para mi campo con llamas impresionantes; tenía un monte nativo de árboles de espinillo que se encendieron con llamaradas de 5 metros; la quemazón avanzaba a una velocidad que nunca había visto”. 

Entonces giraron las camionetas con dificultad y terminaron escapando con el fuego muy cerca. Al querer salir a la ruta, estaban encerrados también por ese lado. Fue una situación límite: “Pudimos salir entre el monte y unos bañados. Nos instalamos junto al arroyo que tiene encima una selva en galería, para tratar que no pasara sobre ese límite natural. Detrás está nuestra casa. Por suerte, el viento comenzó a soplar desde el este y el fuego cambió de rumbo. Pero se nos quemó todo, árboles verdes que hoy están marchitos, toda la fauna local desapareció, esto parece un desierto, ya no queda más vida. Fue una situación desesperante: ensillamos los caballos y sacamos todo el ganado hacia el otro lado del arroyo; milagrosamente, se pudo juntar la hacienda, que estaba muy nerviosa. Pero hay amigos a quienes se les ha quemado todo el campo con vacas, ovejas y caballos; esta ciudad vive de la ganadería, la gente está muy triste; en dos o tres meses estamos entrando al invierno y los pastos no crecen, la situación futura es complicada; por suerte no hay víctimas. Mi padre de 86 años no recuerda algo ni parecido: una seca tan prolongada y temperaturas de 40° o más durante un mes”.

El fuego arrasó con 62.000 hectáreas del Parque Nacional Esteros del Iberá, un 40 por ciento de todo esa área protegida. En el Portal Carambola –donde trabaja Adrián Kurt como guardaparque– se quemó casi todo menos el camping y un refugio para kayakistas. 

“Defendimos unas hectáreas y las salvamos con cortafuegos, pero se quemó el puerto hasta la orilla –cuenta Kurt con tristeza–. Aún no evaluamos la fauna muerta porque no hemos entrado al área quemada; tuvimos que ir a la zona de Loreto, donde vimos columnas de fuego de 40 metros en los pinares; no sabías la hora porque el humo tapaba todo el cielo; vino gente de Córdoba con mucha experiencia a ayudarnos y el fuego casi nos pasó por encima; pero había casas de guardparques que defender». 

Kurt agrega que «los pueblos de alrededor de los esteros dependen de nuestra infraestructura para trabajar. También fuimos a la zona de Camba Trapo, donde un chaparrón nos ayudó a terminar de apagar un incendio. Pero con la lluvia cayó un rayo en el área de Rincón del Socorro que inició uno de los peores incendios de la zona, quemando el núcleo de Iberá y otro paraje. Íbamos perdiendo la batalla por todos lados, el fuego nos ganaba como quería, hasta que el jueves al mediodía vino una nueva ola de calor con viento extremo del sur y llovió, ayudando a apagar los focos en Carambola”.

Secar los humedales

Adrián Obregón es campesino en el departamento de San Miguel y delegado zonal de la Asociación de Pequeños productores de la Provincia de Corrientes y asegura que desde hace 10 años vienen advirtiendo a las autoridades sobre la falta de prevención en las plantaciones de pinos y eucaliptus, dentro y en los alrededores de los poblados.

Son un peligro para la gente que vive en las colonias –explica–; veníamos diciendo que si se llegaba a prender fuego alguna forestación, iba a arder todo. Y eso pasó en el paraje El Caimán, donde se quemaron dos casas de gente humilde que perdieron todo. El monocultivo de árboles afecta mucho al pequeño productor porque consume muchísima agua, reseca humedales, contamina napas de agua y con esta sequía, eso se agravó. Hay empresas que no cumplen los protocolos. Algunas han desplazado a pobladores locales y compraron ilegalmente para plantar».

El delegado cuenta que «a un kilómetro de mi casa hay una forestación muy grande de la Universidad de Harvard donde no tomaron ninguna medida. Por ejemplo, no pueden estar cerca de lagunas o bañados, dejando al menos 50 metros de distancia. Pero plantaron casi dentro del agua. También secaron bañados para plantar; la distancia de un árbol a otro la achicaron para meter más árboles. La mayoría de las empresas hacen eso; están secando humedales, esteros y lagunas. Ayer llovió y un rayo prendió fuego un pinar acá cerca; menos mal que los vecinos lo vieron y pudieron controlarlo, sino esto hubiera sido una tragedia». 

Los privados, sin planificación sustentable

«Se habla mucho de la emergencia para ayudar a los productores, pero solo están mirando a los grandes –se queja Obregón–; a los pequeños que no tienen ni una cuenta bancaria no les están dando artículos. A mí no me llegó el fuego, pero Colonia San Antonio fue muy castigada; antes de la lluvia se levantó viento y voló la ceniza de dos meses de fuego, que casi ahogó a la gente; dos chicos se desmayaron porque casi no se podía respirar”.

Emilio Spataro –licenciado en Gestión Ambiental y miembro de la Red Nacional de Humedales– trata de tener miradas estructurales: “Corrientes es la provincia con mayor superficie forestada de Argentina, con una política de Estado dedicada a los pools forestales. Casi todas esas empresas tienen certificación voluntaria FCC que incluye un criterio de responsabilidad social, implicando idear planes de manejo del fuego. Mucho se ha discutido sobre quién tenía la responsabilidad dentro del poder político –si la provincia o la Nación–, pero nadie del sector privado se ha hecho cargo por sus prácticas de manejo incumplidas; son medidas preventivas que en teoría habrían tomado para estar certificados. Y ellos mismos le han pedido a la provincia que no hubiese límites en las extensiones a forestar (un grave problema fueron los incendios imparables de miles de pinos sin espacio libre entre los diferentes sectores para cortar el fuego)». 

«El área de reserva externa al Parque Nacional Iberá incluye 800.000 hectáreas en manos privadas que tienen restricciones de uso: nadie las cumple –advierte el especialista–. Los privados no hacen planificación sustentable. Respecto a la prevención del fuego, no hicieron absolutamente nada. Hoy los privados están reclamando fondos y subsidios –a través del bloque de Juntos por el cambio– para restablecer la misma actividad productiva que ha sido parte del problema. Incluso exigen que se derogue la Ley del fuego. Más allá de lo que hizo cada político, hay que exigirles a los propietarios el cumplimiento de la legislación ambiental”.