15 junio, 2025 13:36



“El hambre del cuerpo y la trampa del cerebro: cómo la industria alimentaria, el estrés y el sueño nos están enfermando”

Por NICO


La escena es cotidiana: llegamos agotados del trabajo, dormimos mal, sentimos ansiedad, y terminamos comiendo aquello que no necesitamos. Lo hacemos sin hambre real, sin registro corporal, muchas veces con culpa. Pero detrás de este hábito moderno hay algo más profundo y estructural. En esta nota de servicio intentaremos explicarlo y dar herramientas prácticas.

El hipotálamo: el verdadero “centro de mando”

En lo profundo de nuestro cerebro se encuentra el hipotálamo, una glándula que regula funciones vitales como el hambre, el sueño, la temperatura corporal y las emociones. Es este pequeño órgano quien interpreta las señales de sustancias como la leptina, que proviene de la grasa corporal e informa cuánta energía tenemos, o la ghrelina, que se produce en el estómago y nos alerta cuando debemos comer.

El problema aparece cuando estas señales dejan de funcionar bien. ¿La causa? La combinación de una mala alimentación, sueño insuficiente, sedentarismo y niveles crónicos de estrés.


¿Hambre real o placer aprendido?

  • El fisiológico, controlado por el hipotálamo.
  • El hedónico o cultural, que responde al deseo, al marketing, a los sabores diseñados para darnos placer inmediato.

La industria alimentaria ha aprendido a explotar este segundo aspecto. ¿Cómo? Modificando los alimentos para que liberen más dopamina, la hormona del placer. Así, no comemos para sobrevivir, sino para sentirnos mejor, aunque sea por un rato.

El 80% de los productos que encontramos en las góndolas están cargados de azúcares y harinas refinadas. Son seguros (no se contaminan), vistosos, adictivos y económicos. Pero no nos nutren. Y eso genera una paradoja: estamos sobrealimentados, pero malnutridos.


Sueño, estrés y comida: el triángulo invisible

Dormir mal, vivir apurados y pasar horas frente a pantallas son parte del paisaje urbano. Pero también son factores que desorganizan nuestro centro de control interno.

La luz artificial prolonga el día y retrasa el descanso. El estrés activa el sistema nervioso simpático (el que nos prepara para “luchar o huir”), lo que dificulta el sueño y aumenta la ansiedad. ¿El resultado? Comemos peor, en horarios irregulares y sin hambre verdadera.

Por si fuera poco, los niveles altos y constantes de insulina—una hormona que se eleva cada vez que comemos azúcares—fomentan el almacenamiento de grasa, sobre todo visceral, que a largo plazo inflama el cuerpo y genera resistencia metabólica. Incluso cuando el cuerpo sigue pidiendo comida, ya no puede usarla correctamente.


¿Qué podemos hacer?

No todo está perdido. La ciencia médica y la experiencia clínica coinciden en que la clave está en recuperar el equilibrio con hábitos sostenibles. A continuación, una guía práctica:

1. Escuchar el cuerpo

Aprender a distinguir el hambre real del hambre emocional. Hacer una pausa antes de comer y preguntarse: “¿tengo hambre o estoy buscando consuelo?”.

2. Corte, medida y distancia

Adoptar estos tres principios fundamentales:

  • Corte: Reducir ultraprocesados y azúcares.
  • Medida: Priorizar porciones equilibradas.
  • Distancia: Respetar espacios de al menos 4 horas entre comidas principales.

3. Dormir mejor

No hay salud metabólica sin un descanso reparador. Idealmente entre 7 y 8 horas por noche. Dormir menos de 5 horas por noche afecta hormonas como la leptina, la grelina y la insulina.

4. Manejar el estrés

Respirar profundamente, activar el nervio vago con técnicas de relajación, evitar la sobreexigencia diaria y reducir estímulos hacia el final del día. Son medidas simples pero poderosas para cambiar el eje del sistema nervioso desde el “modo ataque” al “modo descanso”.

5. Mover el cuerpo

La actividad física no es solo para quemar calorías. Libera sustancias que regulan el apetito, mejoran el sueño y aumentan la sensibilidad a la insulina.

6. Ayuno nocturno inteligente

Una herramienta que la ciencia respalda: dejar al cuerpo descansar entre la cena y el desayuno. Por ejemplo, cenar a las 20:00 y no volver a comer hasta las 8:00 ayuda a mejorar marcadores metabólicos sin dietas extremas.


Neuroplasticidad: el cerebro también puede cambiar

No es cierto que “uno es así y no puede cambiar”. El cerebro tiene plasticidad, es decir, puede aprender nuevos hábitos y desaprender los dañinos. Solo hace falta práctica, paciencia y persistencia.

El mejor momento para sembrar estos hábitos es la infancia, pero nunca es tarde para empezar. Porque, como se dijo en la charla que dio origen a este artículo:
“Somos lo que hacemos con lo que hicieron con nosotros”.


Conclusión

Hoy sabemos que los mayores enemigos de la salud no son las bacterias o los virus, sino los excesos cotidianos: la falta de sueño, el estrés crónico, la mala alimentación y el sedentarismo. La buena noticia es que todos ellos se pueden modificar. Y al hacerlo, no solo cambiamos nuestro presente: dejamos huella en las generaciones que vienen.