Hace 33 años, mi mujer, mis hijas y yo estábamos en Estocolmo. Suecia nos había dado su hospitalidad generosa, junto con su frío boreal, su noche casi eterna y su fugaz estío.
En la Patria lejana reinaba el terror y el saqueo. Las últimas noticias hablaban de una violenta represión en Plaza de Mayo, en Tribunales y en el Puerto. Saúl Ubaldini había llamado a la primera gran marcha contra la dictadura que convocaba la CGT. Miles y miles de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, fueron apaleados y corridos salvajemente, gente apiñándose en el patio de la Curia, al lado de la Catedral y cientos de detenidos fue el resultado de la protesta popular.
Horas después, los diarios de la tarde -Expressen y Afton Bladet- anunciaban en Estocolmo, con títulos catástrofe, la ocupación militar de las Islas Malvinas. Fue una conmoción. Unos días después envié a Jorge Enea Spilimbergo, en Buenos Aires, la siguiente carta:
“Les escribo estas líneas embargado de fervor patriótico y de odio divino contra la recua de cipayos redomados e indoblegables que andan desparramados por el mundo. Estoy en tierra de enemigos. La prensa sueca ha bombardeado la opinión pública con información exclusivamente proveniente de Londres e ignoran culpablemente el punto de vista argentino. Todo se resuelve en explicar la reconquista del territorio nacional como una maniobra diversionista de la dictadura para distraer la obviamente estúpida opinión pública argentina que, como aborregada plebe, sale a agitar banderas por un pedazo de roca en el fin del mundo”.
Estos fueron los sentimientos que despertó en la mayoría de los argentinos, perseguidos por la dictadura oligárquica cívico militar, la reconquista del territorio usurpado por los ingleses.
La Guerra de Malvinas fue un rayo en una noche serena: inesperadamente un militar del Sur, hasta ese momento aliado estratégico de los EE.UU. en la lucha “contra el comunismo”, enfrentaba bélicamente a una de las grandes potencias militares y navales del mundo. La idea de que ese gobierno, comprometido hasta ese momento en la guerra contra la Revolución Sandinista en Nicaragua, enfrentase al principal socio militar y económico de los Estados Unidos por, lo que algunos consideraban, unos peñascos pelados en el Atlántico Sur, no entraba dentro de ningún pronóstico.
La reconquista militar de Malvinas recorrió América Latina. Acabábamos de evitar, en el límite mismo de la conflagración, una guerra con Chile, que, como dijo el general Jorge Leal, nuestro héroe antártico, hubiéramos perdido, simultáneamente, los argentinos y los chilenos, ganase quien ganara. En esa guerra entre Argentina y Chile solo hubieran ganado los intereses imperiales que iban a profundizar la balcanización del Cono Sur. Repentinamente, los argentinos y los latinoamericanos encontramos que un nuevo fervor de Patria Grande había comenzado a recorrer el continente. Desde todas las capitales de América Latina surgieron voces políticas, intelectuales, religiosas y hasta militares apoyando, sosteniendo y defendiendo la causa de Malvinas.
El entonces presidente peruano Fernando Belaúnde Terry trató de servir como mediador entre Buenos Aires y Londres con el fin de terminar el conflicto. Y mientras tanto, ofreció y puso en territorio argentino aviones de combate Mirage y pilotos de guerra. Los primeros fueron utilizados por la Fuerza Aérea Argentina, mientras que los pilotos fueron, contra su voluntad, obligados a permanecer en tierra para no involucrarlos como combatientes, lo que comprometería al Perú en el conflicto bélico. El Secretario General de las Naciones Unidas, el peruano Javier Pérez de Cuéllar trabajó incansablemente para ofrecer un plan de paz que respetase los derechos argentinos. Panamá, que integraba el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, votó en contra la resolución 502, que exigía el retiro de las tropas argentinas de su propio territorio en Malvinas. El embajador de Venezuela en Argentina, Jorge Dager, manifestó de inmediato el apoyo de su país a la causa argentina y ofreció ayuda militar. Dicho sea esto en su recuerdo y homenaje, el dr. Jorge Dager se convirtió, en esos apasionados días, en la mejor expresión del espíritu bolivariano.
La guerra de Malvinas nos ofreció también el espectáculo inolvidable del abrazo de Nicanor Costa Méndez, el ultraconservador canciller argentino, con Fidel Castro. Ver a Nicanor Costa Méndez, sus modales diplomáticos, su prosapia conservadora, su corbata de seda natural, posando su bien rasurada mejilla sobre las barbas de Fidel Castro es una imagen que una generación de argentinos no podrá sacar de su memoria.
El 2 de abril de 1982 se reinició una nueva visión integradora. De golpe, de la noche a la mañana, los argentinos, esos europeos implantados, como nos ven muchos amigos latinoamericanos, esos blanquitos de allá abajo que creen vivir en París, nos dimos cuenta que lo único que teníamos para sostener nuestra causa patriótica eran los oscuros morenos de todo el continente que, con una sola voz, salieron a defender nuestra causa. Y los argentinos nos volvimos latinoamericanos, abandonamos nuestros aires de europeos exiliados, dejamos de pensar que solamente veníamos de los barcos y descubrimos que también veníamos de la cruza de indios, africanos y españoles y de esa forja de miles de razas que constituye nuestra entidad latinoamericana.
Esos mismos argentinos apaleados concurrieron, el 10 de abril de 1982, a la Plaza de Mayo a sostener la causa que se libraba en Malvinas -las “Hermanitas Perdidas”, como las llamó el gran Atahualpa Yupanqui-, con la convicción de que era una causa justa y que el deber de ciudadanos era cerrar filas para lograr el triunfo de nuestras armas. En esas jornadas comenzó también la crisis de la OEA que terminará, treinta años después, con la pérdida de influencia de ese organismo en la política internacional y el Tratado Internacional de Asistencia Recíproca (TIAR), la alianza que EE.UU.impuso a América Latina después de la Segunda Guerra, volaba por los aires.
De modo tal que Malvinas es una causa que, iniciada unilateral e inconsultamente, se convirtió en causa nacional latinoamericana, quizás la primera causa nacional latinoamericana después de las Guerras de la Independencia.
Como escribió en esas jornadas Jorge Abelardo Ramos:
“La victoria consistió en poner de pie al pueblo de América Latina, en una admirable resurrección del espíritu revolucionario, desvanecido desde los tiempos de San Martín. Que la Argentina haya combatido con fuego y acero a la formidable flota coaligada de las potencias anglo-sajonas, en un combate que estuvimos a punto de ganar; que el bondadoso rostro de la democracia británica haya sido desnudado por la lógica de la guerra y se descubriera a los ojos del mundo la perversa y corrompida fisonomía de Dorian Gray; en fin, que la Doctrina Monroe y el presidente Reagan, el TIAR y la presunta «solidaridad hemisférica» ante una agresión extra-americana hayan quedado reducidas al valor de un papel mojado y los héroes argentinos exhibiesen al Occidente en su intrínseca falsedad, eso se llamaría ganar una guerra por sí, por lo demás, la Argentina no la hubiese ganado en la propia alma de sus Fuerzas Armadas”1.
La derrota militar, determinada centralmente por el carácter proimperialista de los Estados Mayores de nuestras FF.AA., dio lugar a una democracia semicolonial que intentó mantener bajo la alfombra la Guerra de Malvinas, nuestra soberanía sobre las islas y el inmenso heroísmo de los oficiales, suboficiales, soldados y civiles que perdieron su vida en ella.
Malvinas y su heroica gesta guerrera en una bandera continental. El gobierno popular de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner ha vuelto a poner nuestros derechos soberanos sobre ese territorio ocupado por una potencia imperialista en el centro de nuestra política internacional. Solo el veto de las grandes potencias occidentales en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el voto de un pequeño grupo de países sometidos a estas ha impedido traer al Reino Unido a la mesa de negociaciones.
Las últimas decisiones del primer ministro británico acerca de fortalecer la presencia militar en la región dejan a las claras la preocupación que invade al gobierno usurpador de nuestro territorio cualquier intento de independencia argentina respecto al alineamiento automático con EE.UU y el Reino Unido.
Argentina ha decidido llevar adelante su reclamo por los canales, siempre incruentos, de la diplomacia. Pero ha convertido también la Causa de Malvinas en una interpelación al conjunto de un continente que se ha puesto de pie como en los tiempos heroico de la Guerra de la Independencia.
No estuvimos solos los argentinos en nuestra heroica gesta de 1982. El espíritu bolivariano se despertó de su prolongado letargo. Hoy, menos solos que nunca, seguimos bregando, desde la paz, por el deseo expresado por Atahualpa Yupanqui:
«Malvinas, tierra cautiva
de un rubio tiempo pirata.
Patagonia te suspira.
Toda la Pampa te llama.
Seguirán las mil banderas
del mar, azules y blancas,
pero, queremos ver una
sobre tus piedras clavada.
Para llenarte de criollos.
Para curtirte la cara
hasta que logres el gesto
tradicional de la Patria».
1 “El Servicio Secreto Británico y la guerra de las Malvinas”, Ediciones del Mar Dulce, Buenos Aires, 1985