Inquietante denuncia realiza el pensador Julio Fernandez Baraibar
La respuesta a la poderosa ofensiva del Papa Francisco contra el capital financiero, contra la destrucción de los hombres y mujeres y del medio ambiente capaz de sostener la vida -y la humana principalmente, así como su reivindicación de los más pobres, los más explotados de los hombres y pueblos que viven en la periferia, no se ha demorado.
A menos de una semana de sus históricos y trascendentales discursos en Cuba, el Congreso norteamericano y las Naciones Unidas, la prensa del régimen imperialista y globalizador, ha puesto en el centro de la escena una pasajera expresión papal -referida a una denuncia no comprobada ante la justicia penal- y la cesantía de un alto clérigo del Vaticano por manifestar, no solo su homosexualidad, sino su cohabitación marital con otro hombre, para atacar e intentar desmerecer la figura y el accionar de Francisco.
En primer lugar, Francisco, nuestro compatriota Jorge Bergoglio, dio a conocer dos documentos en los que ha desarrollado la más aguda crítica a las consecuencias producidas en la humanidad por la hegemonía del capital financiero, esta agónica versión del capitalismo que amenaza la subsistencia de la vida en el planeta. Evangelii Gaudium y Laudato Si no son solo dos textos doctrinarios teológicos y pastorales -tema en el que somos declarada y concientemente ignaros- sino que, en mi modesta opinión constituyen los dos más importantes documentos políticos y sociales del siglo XXI, siglo hasta ahora escaso de grandes y universales propuestas transformadoras. El desafío ético social e individual que ambos textos proponen -aun cuando su sustentación filosófica se remonte a los orígenes mismos del pensamiento cristiano- son el más totalizador y provocativo cuestionamiento al rumbo que ha adquirido la humanidad bajo la hegemonía europea y norteamericana.
Valga como ejemplo de lo que digo estos dos estruendosos parágrafos tomados de su Carta Apostólica Evangelii Gaudium:
“No a una economía de la exclusión
Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».
económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.
No a la nueva idolatría del dinero
Quien no vea la naturaleza revolucionaria y transformadora que estas palabras encierran y el impacto que ellas han tenido en el mundo contemporáneo y en aquellas conciencias conmovidas por las atrocidades que sufre el mundo periférico, del cual formamos parte, solo puede ser atribuido a una contumaz ceguera, a un interés personal con la realidad que se denuncia o, sencillamente, a una irremediable incomprensión de la lecto escritura, rayana con la imbecilidad.
En segundo lugar, el papel que ha jugado Francisco desde su asunción como obispo de Roma en la política internacional está en coincidencia con este conmovedor texto ético. El éxito diplomático en el restablecimiento de las relaciones entre nuestra hermana Cuba y los EE.UU., después de décadas de ruptura, el aval moral a los reclamos de nuestra hermana Bolivia por una salida al mar y el establecimiento de relaciones decorosas con Chile, el huracán social que significó su visita a Bolivia y Paraguay y, sobre todo, su memorable discurso ante los movimientos sociales del continente, han convertido a Francisco en un adalid de la lucha de la Patria Grande por su unidad y bienestar popular. El conjunto de los pueblos sumergidos y excluidos de nuestro continente vio en sus palabras, no aquel “opio” adormecedor y tranquilizador que una errónea lectura le ha atribuido a la religión, sino un llamado a la lucha política y social por sus derechos largamente conculcados, un reconocimiento del sentido transformador de sus organizaciones y un aliento a continuar con la tarea de cuestionar y cambiar los mecanismos de dominación.
En tercer lugar, la acción diplomática de este peculiar jefe de Estado, sin divisiones de tanques ni portaaviones, impidió un criminal bombardeo sobre el pueblo sirio y modificó el panorama y la relación de fuerzas en el Medio Oriente que, desde la desaparición de la Unión Soviética, se había convertido en escenario de la más brutal intervención imperialista norteamericana y europea.
Lo dicho, pese a su brevedad, alcanza para comprender el programa y la tarea emprendida por Bergoglio, así como la enemistad que ello le ha valido del establishment financiero internacional, de sus gobiernos, de sus empresarios, de sus políticos y funcionarios. La hostilidad manifestada por los representantes parlamentarios de esa utopía ultrarreaccionaria, criminal e irresponsable, llamada Tea Party, durante su exposición en el Capitolio, muestra a las claras el efecto que este bombardeo estratégico de orden moral ha producido en el núcleo del poder mundial.
Ahora bien, ninguna de las grandes religiones monoteístas aceptan la homosexualidad y todas ellas han creado a lo largo de los siglos un sistema normativo de la sexualidad humana, en el que la procreación ocupa un lugar central. La Iglesia Católica, como guardiana de la doctrina y la moral católicas, ha establecido a lo largo de varios siglos, un corpus doctrinario vinculado, entre otras cosas, al matrimonio y la sexualidad.
Para ella, todo acto sexual fuera del matrimonio -incluida la masturbación- constituye una violación a la ley de Dios. Sus clérigos -esto sí a diferencia de otras religiones monoteístas- hacen voto de castidad, es decir prometen solemne y voluntariamente un compromiso de no tener relaciones sexuales de ningún tipo, a partir de su consagración como sacerdotes.
Todo esto puede ser un interesante y hasta impostergable tema de discusión para los creyentes católicos, pero carece de trascendencia social. Las condiciones de explotación del mundo periférico, el agotamiento del medio ambiente necesario para la vida humana, no sufrirían la menor modificación por el hecho de que la Iglesia Católica aceptase las relaciones pre o extramatrimoniales, despecaminase la vida sexual, tanto sea heterosexual, como homosexual, o permitiese que contrayentes del mismo sexo fuesen consagrados en matrimonio religioso, cuya función litúrgica es sacralizar la continuidad de la especie humana.
Respecto a la castidad de los clérigos, es un tema ajeno a la política y solo preocupa socialmente en la medida en que la misma sea usada por los mismos como tapadera de graves conflictos psicológicos, tendencias perversas ocultas, soterradas o mal disimuladas. Y, en última instancia, es una cuestión que en sí misma solo puede interesar a aquellos que se consideran bajo la jurisdicción del derecho canónico.
Este tópico, el del celibato clerical, se ha convertido en los últimos cincuenta años en un verdadero problema para la iglesia. Por un lado, cada vez más sacerdotes terminan en pareja -pública o secreta- y existe un movimiento muy amplio de religiosos casados que exigen a sus autoridades un cambio en la materia. Por el otro, la jerarquía eclesiástica, en los más altos niveles, ha ocultado, soslayado o hasta excusado las numerosas y reiteradas violaciones al código penal realizada por clérigos en el mundo entero, lo que ha producido por un lado, un pernicioso escándalo, innumerables y millonarias sentencias penales y un flanco fácil de atacar políticamente-la hipocresía suele escandalizarse- por quienes sienten atacados sus intereses. Es sorprendente que haya sido en los EE.UU. y en el Reino Unido, donde con mayor cantidad y virulencia hayan aparecido las denuncias.
Francisco ha tomado este toro por las astas y ha iniciado una profunda depuración y sanción hacia la jerarquía que ha actuado como cómplice de estos delitos y ha llegado a denunciar la existencia de una “rosca” gay en el seno del Vaticano, que oculta, tolera o excusa la pedofilia y el acoso sexual a varones, menores o adultos.
Y ha sido justamente este aspecto no resuelto dentro de la iglesia el que está siendo usado para atacar, no la pedofilia o la hipocresía, sino la posición de enfrentamiento al régimen opresor de EE.UU. y Europa sobre el conjunto de la humanidad a través de esta versión financierizada del capitalismo.
Quienes no entiendan esto, quienes crean que el punto de vista de Francisco sobre el matrimonio homosexual -punto de vista con jurisdicción sólo sobre los católicos- es más importante o decisivo que su cuestionamiento al actual régimen político, social, militar y cultural que sufre la humanidad, se convierten en cómplices bienpensantes, ingenuos y bienintencionados -en el mejor de los casos- del sistema hipócrita y criminal que constituye la principal amenaza a la totalidad de la raza humana.
Buenos Aires, 5 de octubre de 2015
fuente: http://fernandezbaraibar.blogspot.com.ar/2015/10/ha-comenzado-la-ofensiva-contra.html